lunes, 22 de mayo de 2017

Fuerte por la flecha.

No sé tú, pero yo nunca he sabido dar las gracias en el momento justo. Nunca he encontrado las palabras en ese momento en el que una persona hace algo por ti. Solo dices "gracias" por inercia. Quieres decir más, pero no encuentras la forma, las palabras, ni el propio sentimiento. Solo dices "gracias".

Y no me refiero a cuando el panadero te ofrece el pan en una bolsa, con el cambio, y una sonrisa. No, ese "gracias" no es sincero, es solo una coletilla de la acción de comprar el pan. Es lo que nos han enseñado desde pequeños. Algo que hemos explotado hasta tal punto que ha perdido el sentido absolutamente.

Una palabra totalmente devaluada. Rebajada a ser una simple palabra más. Algo que no aporta a penas valor al verdadero agradecimiento. Pero aún así, hay que dar las gracias.

Este último año de mi vida ha sido un poco ajetreado. He tenido altibajos emocionales en mayor cantidad de lo que uno desea. Pero una persona quiso hacer algo por mi. De manera totalmente desinteresada. Solo por el placer de ayudarme.

Yo no creía en esa persona. Al principio. Era incapaz de imaginar que alguien, sin ninguna razón aparente, quisiera ayudarme. Alguien a quien no conocía de nada. Alguien que me tendió su mano en el momento que más lo necesitaba. Y que no se rindió por mucho que pusiera en duda sus capacidades.

Esa persona me hizo ver las cosas de forma diferente. Me hizo pensar diferente. Me sacó de mi zona de confort y me puso delante de la cara mis peores miedos. Me hizo ver que todo depende del punto de vista con el que afrontas las cosas. Comprendí que una tragedia, aunque sea inolvidable, es superable. Y que la voluntad lo es todo.

Me motivó, inconscientemente, a volver a escribir. Una de las cosas que más me ha gustado siempre, y que dejé por idiota. Por encerrar a mi mente, dentro de mi mente.

Entendí el valor de respirar, por muy idiota que parezca. Aprendí a relajarme en un entorno hostil. A tomar decisiones sin dejarme llevar por los prejuicios, ni las falsas apariencias que yo mismo generaba sobre los demás.

Nunca me pidió confianza. No hizo falta. Creo que si me hubiese pedido que confiase, jamás lo hubiese hecho. Ese, quizás, es el punto más positivo que saqué de todo eso. Saber que hay personas en las que se puede confiar, sin que te lo pidan, sin que aparenten ser alguien cercano a ti para ello.

Consiguió llegar hasta el fondo sin pedirlo. Y en ningún momento tuve miedo de dejar que mirase ahí dentro.

Realmente si que le dije "gracias" pero no fue eso lo que quería decir. No era nada esa palabra para mi, en ese momento.

Lo gracioso fue, que dijo que el mérito era mío... En eso se equivocaba. No digo que no tenga razón, en parte, pues fui yo, al fin y al cabo, quién decidió superar cada prueba. Pero yo no podría haber salido de ese pozo negro sin una mano amiga que tirase de mí.

Esto es lo que quería haber dicho en ese momento. Esto es lo que digo ahora: Gracias.


sábado, 6 de mayo de 2017

La chica extraña.

La verdad es que odio mi trabajo. Llevo diez años encerrado en el mismo edificio, en el mismo despacho, en el mismo puesto... No hay opciones de ascenso, ni interés por mi parte. Ni siquiera sé por qué estoy aquí. Cuando empecé a estudiar programación no era esto lo que imaginaba. Soñaba con crear software que ayudase a la gente, participar en el desarrollo de videojuegos, o incluso montar mi propio negocio de reparación de tostadoras. Pero aquí estoy, encerrado en un edificio del gobierno, encargándome de la seguridad de sus miles de documentos digitales cargados de mierda política como fraudes, malversación y demás basura.

También odio a todos mis compañeros de trabajo. No hablo con ninguno. Son todos unos imbéciles incorregibles. No hay esperanza para ellos, para ninguno de ellos. Los que no son imbéciles, son gilipollas. No se salva ni uno. Siempre creyéndose mejores que cualquiera, pensando que están haciendo algo bueno, o fardando de sus teléfonos caros, su ropa de marca, y sus coches del valor de mi casa.

Odio tanto este trabajo que a veces pienso en piratear los servidores y publicar todos esos archivos confidenciales. Siempre que tengo ese pensamiento salgo a tomar un poco el aire. Por suerte, coincide justamente con la hora del almuerzo, así que puedo seguir siendo un empleado ejemplar sin dejar de odiar mi trabajo.

Siempre voy a comer al mismo parque. Es el único momento de paz en mi jornada laboral. Es un parque muy bonito y cuidado. El césped siempre está verde, y los arboles bien podados. También hay un pequeño estanque con patos rodeado por unas bonitas flores.

Pero lo que más me llamaba la atención de ese parque era una extraña chica que veía allí a veces. Bueno, no era simplemente extraña. La definiría como excéntrica, enigmática, desaliñada, despreocupada, atrevida... Todo ese conjunto de cosas generaba algo en ella, una belleza extraña.

Recuerdo la primera vez que la vi. Pensé que estaba un poco mal de la cabeza, sinceramente. Llevaba el pelo despeinado, un pantalón un par de tallas más grandes, y una camiseta de rayas horizontales. Se acercó a un árbol, sacó un libro de su bolso, se quitó los zapatos y se tumbó en el césped apoyando los pies en el árbol. Cada vez que leía una página de ese libro, se lo apoyaba en la cara, extendía los brazos en el césped y se quedaba así un par de minutos. Luego volvía a leer otra página y hacía exactamente lo mismo.

Ese día estuve observándola durante una hora y media. Estaba como hipnotizado. Volví tarde al trabajo aquél día, pero el resto de horas que estuve allí encerrado no las pasé mal. Solo pensaba en ella, en esa forma de actuar. Quería volver a verla y sentir esa paz y esa inquietud a la vez.

A partir de ese día siempre que volvía al parque deseaba encontrarla de nuevo. Casi siempre lo conseguía. Empecé a ir incluso los fines de semana. Seis de cada siete días la veía. Solo faltaba los jueves. Durante tres meses estuve yendo cada día solo para verla. Tres meses observando sus rarezas. Incluso cuando llovía estaba allí, despreocupada totalmente por la lluvia. Uno de esos días lluviosos estaba allí, tumbada en el césped, con los pies apoyados en un árbol, sin paraguas, con los brazos extendidos, y riendo. Se la veía feliz. Ese fue el día en que reuní el valor de acercarme a ella. —Oye, te estás empapando. ¿Quieres mi paraguas? —le pregunté.  Ella negó con la cabeza. —No te preocupes, estoy bien —Me dijo mientras sonreía—. La lluvia es bonita, hay que disfrutarla.

En ese momento me quedé sin palabras. Literalmente. No sabía como continuar aquella conversación, pero quería estar allí, así que sin pensarlo, cerré el paraguas y me tumbé en el césped, me quité los zapatos, y apoyé mis pies en el árbol mientras extendía los brazos en el húmedo césped. Ella me miró un poco sorprendida, y luego sonrió. Acto seguido volvió a mirar hacia el cielo, sonriente.  Yo hice exactamente lo mismo, y en ese momento lo vi. Vi lo bonita que era la lluvia, y me sentí realmente bien.

Después de ese día, siempre que la veía me acercaba a ella. Ella parecía contenta. Charlábamos de cualquier cosa. Yo le preguntaba por qué hacía esas cosas. Siempre sonreía antes de responderme. Y luego conseguía que entendiese el por qué de cada acción. Me dijo que después de leer una página de un libro, se lo dejaba caer en la cara unos minutos, para sentir lo que el escritor quería transmitir, para intentar averiguar que se escondía tras cada palabra. También me dijo que tumbarse en el césped y apoyar los pies en el tronco de un árbol, la hacía sentirse cerca de la naturaleza. Me hizo ver que había paz, tranquilidad y belleza en cualquier parte, solo tenía que mirar con simpleza todo lo que me rodeaba.

Así empecé a ver el mundo con otros ojos. Empecé a saborear el café, cuando antes solo lo tomaba para mantenerme despierto. Empecé a escuchar los pájaros, el agua, el sonido de las ramas y hojas de los árboles, cuando antes solo escuchaba los cláxones y ruidos de la ciudad.

Hablábamos mucho. Siempre de cosas simples, que conseguían una gran profundidad al terminar de hablar. A veces nos quedábamos en silencio durante un buen rato. También era algo bonito. Estar en un silencio absoluto, y no sentirnos incómodos, ni forzados. Había paz en aquellos momentos.

Cuando llegaba la hora de despedirnos, ella se ponía en pie, estiraba los brazos, respiraba profundamente y acto seguido me miraba sonriente y hacía una pequeña reverencia. —Hasta la próxima, amable desconocido —solía decir. —Hasta la próxima, chica extraña —le contestaba yo.

Nunca nos presentamos oficialmente. Nunca supimos el nombre del otro. Según ella, los nombres solo importan cuando no recuerdas a una persona. Decía que no le importaba mi nombre, que ella me recordaba por los momentos que compartíamos. Siempre quise saber su nombre, pero entendía a la perfección lo que decía. Y había algo bonito en llamarla "chica extraña".

Recuerdo que al preguntarle por qué no venía los jueves, por unos segundos, perdió la sonrisa que la caracterizaba. La recuperó rápidamente, y me dijo que algunos días simplemente no podía venir. Ella seguramente pensó que no me había dado cuenta, pero ese par de segundos en los que su expresión cambió, me hicieron pensar bastante. ¿Por qué no vendría los jueves? ¿Por qué perdió la sonrisa cuando se lo pregunté? ¿Por qué no me dijo la verdad?

Seguíamos viéndonos seis de cada siete días. Seguíamos teniendo esos momentos de paz. Seguíamos siendo un amable desconocido, y una chica extraña. Pero en el fondo sentía preocupación.

Unos meses más tarde, me comentó que también dejaría de venir los lunes y los viernes. Mi preocupación aumentó. Le volví a preguntar el por qué, y esta vez, sin perder la sonrisa ni un segundo, me dijo que simplemente no podría venir esos días.

Aunque solo nos viésemos cuatro de cada siete días, los sábados y los domingos, estábamos el doble de tiempo en aquel parque. Ella fue quien lo propuso. Quería compensar el tiempo perdido, me dijo. Siempre con esa sonrisa en su cara. Aunque estuviese preocupado, esa sonrisa siempre me transmitía paz.

Un sábado llegó con una cesta con comida, un mantel de cuadros y esa bonita sonrisa. Quería que comiésemos juntos, y que pasásemos todo el día allí. Y era algo que no iba a dejar pasar. Sin embargo, no fue para nada lo que más me llamó la atención. Ella estaba diferente. Se había cortado el pelo, muy corto. Le pregunté el por qué y me comentó que en algunas culturas, cortarse el pelo implica un cambio en tu vida, ya sea emocional, físico o laboral.

Ese día estuvimos hasta muy tarde en aquél parque. Hablamos de muchísimas cosas. Mirando al cielo nocturno, tumbados en aquél mantel de cuadros, me preguntó que pasaría si no pudiésemos vernos más. Yo me giré y la miré a los ojos. En ese momento supe lo que pasaba. Estaba enferma. Estaba muriéndose. Una enorme tristeza me inundó en aquél momento. —No quiero que eso pase —le contesté. —Pero esas cosas pasan —contestó ella sonriendo. —Estaría muy triste —le dije—. No sabría que hacer. Ella volvió a sonreír. —Siempre puedes venir aquí, tumbarte en el césped, poner los pies en el tronco de un árbol y sentirte bien —me respondió con voz tranquila.

A partir de ese día iba con miedo al parque. ¿Y si no volvía a verla? Pero los martes, miércoles, sábados y domingos siempre la veía. Aunque sentía que el día menos pensado podría dejar de verla, cuando estábamos allí me sentía bien.

Todo transcurrió con relativa normalidad unos meses. Hasta que un día, ella no apareció. Pensé que no se encontraría bien, pero que volvería a verla al día siguiente. Tampoco fue así. Estuve yendo toda la semana, pero nunca apareció.

Pero hoy, mientras estaba tumbado en el césped con los pies en tronco de aquél árbol, pensando en ella, en que nunca más volvería a verla, a oír su voz, ver aquella preciosa sonrisa, una señora mayor se me acercó. —Debes ser tú. Tú eres el amable desconocido ¿No es así? —preguntó con la voz rota de pena. En ese momento supe quién era esa señora, y a qué había venido. —Mi hija me pidió que te diera esto —dijo mientras sacaba una carta y un libro de su bolso—. Me dijo que te encontraría aquí, tumbado en el césped. Cogí la carta, la abrí inmediatamente y la leí.

"Hola, amable desconocido. Siento no haber ido estos últimos días al parque, pero me gustaría que supieras que lo intenté. Por desgracia el doctor que me ha estado tratando estos meses, me ha pedido que repose. Y mi familia quiere estar conmigo. Ojalá pudiese verte una vez más para tumbarnos en el césped y estar en ese cómodo y reconfortante silencio. Me has alegrado mucho todo este tiempo, y espero que tú también hayas estado alegre conmigo.

No quiero que estés triste, no quiero que me eches de menos. No quiero que olvides los momentos divertidos, ni lo que te hacía sonreír. Debes sonreír siempre. Incluso cuando llueva y no tengas paraguas. Sigue viendo el mundo de una forma simple y natural. 

Nunca te agradecí que te acercases a mi aquél día de lluvia. Soy consciente de que la gente me miraba raro. Algunos pensarían que estaba loca, pero tú te acercaste amablemente. Y gracias a eso, he pasado los meses más agradables de mi vida. 

Supiste de mi enfermedad hace tiempo, pero eso no te impidió ser el mismo. Aunque te notaba triste algunas veces, siempre conseguía verte alegre. 

Ahora me arrepiento de no haberte abrazado la última vez que nos vimos, pero no quería que te dieses cuenta de que sería la última. No quería verte triste. Espero que me perdones.

Le he pedido a mi madre que te dé este libro. Es el que estaba leyendo el día que nos conocimos. El día que me ofreciste tu paraguas. Está algo arrugado por la lluvia, pero aún se puede leer. Recuerda ponértelo en la cara durante unos minutos después de cada página. E intenta descifrar que quería transmitir el escritor.

Adiós, amable desconocido."

Tardé un rato en recuperarme. Estaba muy triste. No podía dejar de llorar. No volvería a verla nunca más. Esta era la prueba definitiva de que la chica extraña se había ido para siempre. Me incorporé y le dí el pésame a su madre. —Nunca supe el nombre de su hija, decía que no era necesario saberlo, pero me gustaría conocerlo —le dije mirándola a los ojos. —Ella me dijo que dirías algo parecido —comentó con una sonrisa—. Me pidió que no te lo dijera, que la recuerdes siempre como la chica extraña.

martes, 18 de abril de 2017

La búsqueda.

¿Qué estás buscando?

Siempre me hago esa pregunta cuando siento desorientado, abrumado, impotente, irritado, o deprimido. Siempre encuentro alguna respuesta, y nunca es la misma. Porque nunca he sabido realmente que es eso que busco.

Me frustra mucho no conocerme realmente. Siempre me he jactado de saber muy bien quién soy. Pero la verdad es que creo que siempre ha sido una máscara. Una máscara de falsa seguridad, para evitar perderme aún más. Y alguna vez para no perder a alguien. Pero esa máscara cada vez pesa más.

Estoy muy cansado de esa máscara. Cansado de fingir, cansado de oír esa voz que me recuerda, una y otra vez, que ese no soy yo. Le pregunto quién soy. Pero solo me responde que único de lo que está segura es de que ese, no soy yo.

Esa misma voz me dice que apriete bien esa máscara. Que por mucho que pese, no debe caerse nunca, porque no sé lo que busco, ni lo que quiero ser, pero sé muy bien lo que no deseo. Conozco mis miedos mejor que nadie, y no debo exponerme..

Es una enorme contradicción que genera un bucle infinito de inseguridad y miedo. Ese bucle del que quiero salir, pero a la vez no. Porque ahí me siento relativamente cómodo. 

He moldeado mi minúsculo mundo para darle la forma que me hace sentir menos incomodo. Como el que edita una foto en photoshop para quitarse arrugas, algún kilo de más, o ponerse brillo en los ojos. Soy consciente de que es una mentira, que el de esa foto no soy yo realmente. Pero me gusta como ha quedado. Creo que a los demás les gustará. Me sientes muy orgulloso de esa mentira, pero a la vez me odio por no ser ese. 

Basarse en los ideales de los demás, en sus metas, en su visión de la vida, o en sus propias historias, para alimentar la tuya no es necesariamente malo. El ser humano no es original en absoluto. Todos copiamos conductas, objetivos, ideales, incluso la ética y la moralidad. Desde que nacemos estamos aprendiendo a generar esos pensamientos, ideas, actos, y pensar que son producto de nuestra propia mente. Que somos originales. Y como digo, eso no necesariamente es malo. Ya que eso nos hace crecer como personas. El problema está en creer que puedes ser de una determinada manera, y en el fondo saber que no. Que finges ser una oveja blanca más para no levantar sospechas. Pero realmente no sabes como eres, y tienes miedo de ser la oveja negra. La que es diferente, a la que todo el mundo presta atención por desentonar con la armonía monocromática del grupo.

Es muy duro reconocer este tipo de sentimientos, pensamientos, ideas. Pero hay que hacerlo. Hay que tener los pies en la tierra. Puedo mentir, puedo fingir, pero nunca debo olvidar que todo eso es falso. Porque de lo que si estoy seguro es de no querer perderme en una mentira. En una vida que no es la mía.

Por eso me pregunto: ¿Qué estás buscando? Y la respuesta es: No lo sé.

sábado, 15 de abril de 2017

1 — El peor mago: Menos da una piedra.

Merlín, Houdini, o hasta el mismísimo Harry Potter. Todos ellos tienen algo en común... La gente los recuerda. La gente recuerda a grandes magos cuando piensan en esos nombres. ¿Sabes lo que piensan cuando oyen el nombre de Arcadio Malasuerte? Bueno, lo primero que piensan es: ¡Joder, vaya puta mierda de nombre! Y después: Es el peor mago del mundo.

Esa es mi cruz. Soy el peor mago del mundo. A mis antepasados tampoco es que les fuera muy bien. A todos los Malasuerte nos ha ido bastante mal en general con nuestras aficiones y trabajos. Mi padre era cirujano, y un día se incendió el hospital y casi muere allí. Le tuvieron que amputar el brazo derecho. Su padre era panadero. Y un día la panadería se incendió y casi muere allí. Tuvieron que amputarle la pierna derecha. El padre de mi abuelo era bombero y bueno... Un día apagando un incendio... Salvó a un hombre rico que le regaló un barco. Le encantaba pescar, así que se fue de pesca y cayó por la borda. Murió ahogado. 

Podría seguir así todo el día. Recordando la mala suerte que tenemos los Malasuerte. Pero yo nunca me rindo. Yo quiero ser mago. Quiero aprender a mover cosas sin tocarlas, a sacar conejos de una chistera, a dar vida a objetos inanimados... Pero no soy nada bueno en esto. 

El día que entré en la academia de magia, hechizos y maldiciones, estaba muy emocionado, realmente pensaba que podría ser tan grande como los grandes. Pero aquí estoy, lo más mágico que he conseguido fue la vez que casi le saco un ojo a una compañera de clase con la varita. Aún me cuesta creer que eso pudiese pasar, ya que ella estaba en el baño de chicas de la planta superior, y yo estaba en clase. Pero la varita se me fue de las manos, una cosa llevó a la otra y... Resumiendo: La llaman Misty ojo de palo desde aquél día.

Es frustrante ver a mis compañeros de clase dar forma a metales sin tocarlos, crear fuego de la nada, congelar el agua, crear comida, incluso hacer portales a otros sitios. Mientras que yo, aún no he conseguido nada de eso en los tres años que llevo aquí. Pero no me rindo. Yo nunca me rindo.

Hoy en clase de animación de objetos inanimados se supone que tenemos que crear golems de roca a partir de una piedra que nos dio la profesora Lucilda. Nos dijo que cuidásemos de esa roca, que le hablásemos, que le contásemos algún secreto. Cualquier cosa valía. Yo lo hice absolutamente todo. Dormía con esa piedra, la sentaba en la mesa mientras yo comía, le hablaba todos los días. Al final le cogí cariño. Ya sé que solo es una piedra, pero se había convertido en mi única amistad allí dentro. Es muy triste, ya lo sé, pero a mi me alegraba cargar con ella en mi mochila. Ponerla en mi mesa mientras estudiaba, o incluso leer en voz alta para que ella me oyese. 

Pero es una piedra. Creo que llevé demasiado al extremo lo que la profesora nos dijo. Me he sentido muy estúpido cuando la profesora ha comentado hace un minuto que era una forma de hablar, que lo único que quería era que creásemos cierto vinculo con la piedra. Ya decía yo que era raro no ver a ninguno de mis compañeros comiendo junto a su piedra, o leyéndoles algo. Ahora todos se están riendo de mi. Pero da igual, hoy sé que lo lograré, crearé un golem de roca. El mayor y más perfecto golem que jamás haya creado nadie. Confío mucho en mi mismo hoy.

Bueno... Ya han pasado casi tres horas desde que empecé a perder la confianza en mi mismo... Mire a donde mire solo veo golems de roca. Unos grandes, otros pequeños, unos de un color, otros de otro... Pero miro a mi mesa y solo veo... Una piedra. Soy la única persona que se ha tomado al pie de la letra lo que dijo la profesora Lucilda. Soy el que más tiempo ha pasado con su piedra, y aún soy el único que no ha conseguido nada. Ni siquiera he hecho que se mueva un poco. Llevo horas mirando esta maldita piedra, hablándole, repitiendo el hechizo una y otra vez, pidiéndole por favor que se transformara en un golem. Pero nada. Sigue siendo una simple piedra.

La profesora Lucilda da por terminada la clase, y ordena a todos deshacer el hechizo. Acto seguido ella misma destruye las piedras que antes fueron golems, para no dejar residuos mágicos por ahí. Cuando llega a mi mesa me mira con tristeza. Nunca me ha gustado que me miren así. Sé que soy capaz, en el fondo lo sé. Me pone una mano sobre el hombro y me pide mi piedra. Sinceramente, pensaba que en el último momento mi piedra iba a empezar a brillar y a transformarse en el golem más bonito que hubiese existido, y así lo deseé. Pero no pasó nada. Absolutamente nada. La profesora Lucilda cogió la piedra, y cuando iba a meterla en el incinerador arcano, se dio la vuelta. Un giro del destino, un milagro... No, un acontecimiento histórico. ¡Al fin lo logré! -Pensé. Pero no era así. 

La profesora me miró y me dijo -Quédate la piedra un tiempo más Arcadio. Y si no consigues nada, al menos tendrás un amigo. Acto seguido sonrió levemente.- Fue un bonito gesto de compasión, pero yo seguía decepcionado conmigo mismo. Así que cogí mi piedra, la guardé en mi mochila, y me fui de allí. 


Ha sido un día de mierda. Aunque a la vez ha sido un día normal y corriente. Solo quiero dormir, y mañana volver a empezar, aunque no sé cuanto tiempo más voy a aguantar esto. Sé que he dicho que nunca me rindo. Sé que quiero ser mago. Pero estoy empezando a pensar que simplemente, no es lo mio.

Me he quedado un rato mirando la mochila desde la cama. No he sacado la piedra aún. ¿Para qué iba a hacerlo? No es más que una piedra estúpida. Una piedra que me ha costado otro fracaso mágico más. ¿Hasta cuando va a durar esto? En fin... Si que debería sacar la piedra de la mochila, al fin y al cabo ya me he acostumbrado a dormir con ella.

Y aquí estoy... Metido en mi cama no con la atractiva profesora Lucilda, ni con Misty ojo de palo, no, yo estoy con una piedra... Será mejor que deje de pensar y duerma, mañana será un día largo. Como todos desde que llegué.


—... ¿Y ahora que hago? Este estúpido está dormido... ¿Holaaaaaaaa? ¿Arcadio? Mira que es idiota. Si pudiese moverme se iba a enterar... ¡ARCADIOOOOOOOO!
—¿Qué... qué pasa? ¿Quién habla? ¿Qué hora es...? 
—¡Arcadio, soy yo! ¡Mira aquí cacho de carne!
—¿Quién? ¡Espera! ¿¡Quién ha hablado!? ¿¡La piedra!?
—Si, soy yo. ¿Quién iba a ser? Estás solo en esta habitación. Bueno, estamos los dos.
—¡Joder! ¿¡Lo he conseguido!? ¡SIIIIIIIIIII! Pero... Espera un momento... No eres un golem... Ahora que me fijo, solo eres una piedra que habla. Es más, ni siquiera tienes boca. ¿Como puedes hablar?
—¡Pero serás imbécil! ¿Acaso te parece poco que una piedra hable? Perdona si no soy un golem descerebrado al que horas después desintegran en un horno arcano. ¡Habrase visto.... Humano desagradecido!
—Perdona... supongo que si, es increíble que una simple piedra sepa hablar, pero deberías ser un golem... La profesora pedía un golem, mi hechizo era para convertirte en golem, y los demás tuvieron su golem... ¿Por qué el mío salió mal?
—¿Se supone que eso era una disculpa? Pues que sepas, que si no soy un golem no es más que culpa tuya. Se ve que no eres tan buen mago.
—Ya... No tenías por qué recordarmelo...
—Vaya... Lo siento. Pero no me gusta que me infravaloren. Soy una piedra, si. Una piedra parlante. Y estoy muy orgullosa de serlo. 
—¿Eres una chica?
—Tengo voz de chica. ¿No?
—Si, la tienes.


Son las cuatro y media de la madrugada, y estoy hablando con una piedra... Me pregunto si esto es real, un sueño, o simplemente me he vuelto loco. Sea como sea, tengo que enseñarsela a la profesora Lucilda. Puede que me apruebe, aunque imagino que no con una nota muy alta, ya que sigue sin ser un golem.

—¿Qué murmuras?
—Oh... Nada, cosas mías.
—Oye Arcadio.
—¿Si?
—Hoy no me has leído ese cuento.
—Es cierto... Hoy no estaba de humor. ¿Pero sabes qué? Que ahora me apetece mucho hacerlo.

Y así es como pasé una noche entera leyéndole y conversando con una piedra. Perdón, una piedra parlante. Fue una gran noche.

lunes, 10 de abril de 2017

Ciudad de demonios.

"Aún no sé que es lo que me ha traído hasta aquí. Quizás mis actos, quizás mis pensamientos, o quizás un deseo interno de pertenecer a algo mayor que yo mismo."

Mirando atrás veo muchos errores. Veo muchas palabras y actos que no debían haber existido en esos precisos momentos. Pero por desgracia, el pasado es inalterable. 

Dicen que nuestros actos nos definen. Ojalá no fuese así, porque la definición que tengo de mi mismo no es muy agradable. Mis actos no eran agradables.

Problemas de alcohol, drogas, peleas en bares, adicción al juego... Aunque todo eso quede atrás en el tiempo, casi borroso en algunos momentos, siempre está ahí. Siempre estará ahí.
Es parte de mi, como mi sangre. 

Intenté ser un hombre diferente, intenté reiniciarme, intenté inventarme otra personalidad que cubriese quien era, quien soy. Esa persona a la que odio desde que la conozco, desde que sé lo que ha hecho. Pero no hubo forma de mantener esa máscara. Es algo que pesa demasiado, algo que cae por su propio peso, dejándote desnudo frente a quienes intentas no defraudar, exponiendo tu verdadero yo. 

Estaba agotado de fingir. Sentía que cada vez que intentaba ocultar quien soy, hacía más y más daño. A mi, a los demás. Y ser yo mismo no era la solución. ¿Qué podía hacer? Estaba entre la espada y la pared. Y esa espada estaba demasiado afilada, y cada vez más cerca.

Me hablaron de un sitio para gente como yo. Un sitio sin nombre. Sin ley. Un lugar donde se juntaba lo peor de lo peor. 

De primeras puede parecer una prisión, o algo similar. Pero no es así. Es el sitio más libre del mundo. Yo la llamo ciudad de demonios. Un lugar horrible para gente normal. Un lugar normal para gente horrible. Mi lugar.

Cada día se crean nuevas alianzas, también se generan nuevas disputas. Siempre hay algún herido, o muerto. No hay orden de ningún tipo. 

Al principio me costó acostumbrarme. Era un sitio muy hostil, sobretodo con los recién llegados. Por suerte, mis sucias y patéticas peleas en bares sirvieron para algo. Tienen una jaula enorme a la que llaman "la caja roja". El nombre le viene como anillo al dedo. Al terminar cada pelea, está teñida de rojo por la sangre de alguno, a veces de varios.

Las peleas ahí son como puedes imaginarlas. Todo vale, y solo se sale cuando uno de los dos está en el suelo, al menos inconsciente. Aunque si está muerto, mejor.

Los afortunados supervivientes gozan de una pocilga a la que llaman habitación, de una comida asquerosa a la que llaman última cena, y la compañía de alguna mujer, mayormente infestada de enfermedades. 

No pienso mucho en ello, pero a veces me pregunto si de verdad debo estar aquí. Si este es mi verdadero lugar. No me considero mejor que ninguno de los que hay aquí. Así que nunca le doy demasiadas vueltas. Pero a veces deseo algo diferente. Algo normal. 

Esos pensamientos desaparecen rápidamente cuando suena la campana. La campana de la siguiente pelea. 

Es mi turno. Esta es la número cuarenta y ocho. Espero salir vivo. Así podré volver a pensar en eso que deseo.


miércoles, 5 de abril de 2017

Ella.

¿Quién es ella? Quizá esa sea la pregunta más importante a la que nadie se pueda enfrentar. Ella puede ser cualquiera. Puedes tenerla delante y no verla, o puedes no encontrarla nunca.

Ella es todo lo que quieres. Todo lo que necesitas. Todo lo que nunca has podido imaginar. Ella es lo que todo el mundo busca.

Quizás llegados a este punto piensas que esto es una mierda romántica más. Tienes todo el derecho, pero te equivocas.

Aquí no se habla de amor, cariño, afecto, ni nada parecido. Ella no es amor. Ella no es cariño ni afecto. Ella es simplemente todo. Todo, sin excepciones. Es esa persona que admiras, deseas, envidias.  Ella es lo que mueve tu vida. Ella es tu primer pensamiento en la mañana. Tu obsesión. Ella será tu último aliento.

No hay nada que puedas hacer. Estás jodido. Ella está en tu mente las veinticuatro horas del día. Ella estará ahí toda tu vida... Es un virus. Se ha extendido por todo tu ser, y no se va a ir nunca. Es algo que sabes, por mucho que intentes ocultarlo, por mucho que quieras olvidarla. Ella es inmortal.

Ella es tu alegría, es lo que te da fuerza. Pero también es lo que te está matando lentamente. Ella, como ya he dicho, lo es todo. ¿Aún crees que esto va de amor? Abre los ojos. Eso que tú llamas amor, no es más que una mentira. ¿Acaso crees que estás con la persona correcta? ¿Acaso crees que tu vida está completa? Pues te equivocas por completo. Tu vida no es nada sin ella.

No puedes quererla.. Perdón: No puedes simplemente quererla. Ella es una fuerza sobrehumana. Es algo que te debilita. Cada vez pega más fuerte.

Ella está ahí. Puedes verla, olerla, tocarla, oírla, saborearla... Pero sientes que es más. Porque ella no es una persona más. No, ella es otra cosa. Ella no sabe que la hace especial, se siente normal, pero tú la temes. Tú sabes que ella es más que nada en este mundo.

¿Amor? Me meo en eso que llamas amor. No sabes nada. No tienes ni puta idea de lo que es sentir un alma. Sentir que te invade. Sentir que no puedes sacarla de ahí. Quieres huir. Eres idiota por querer huir, pero a veces sientes que quieres perder ese sentimiento. Lo entiendo. Da miedo. Ella es horrible dentro de ti.

Quizá no estés preparado para sentirla. Nadie lo está realmente. Porque ella no llega de forma gradual. No es una aguja que te clavan poco a poco. No, ella no es sutil, delicada, ni tímida. Ella llega de golpe. Nunca esperas su llegada, pero cuando entra en ti sientes el mayor dolor que vas a sentir jamás.

Ella es una droga. Después de sentirla nunca volverás a concentrarte. Siempre tendrás mono de ella. Siempre. Aunque logres alcanzarla, nunca será suficiente. Creerás que te sientes saciado, pero siempre necesitas otra dosis. Otra dosis de ella.

¿Pero de verdad piensas alcanzarla? Puedes correr toda tu vida detrás de ella, y siempre estará delante de ti. Nunca se cansa. Nunca la verás agotada, ni siquiera exhausta. Ella es infinita. Es la mayor energía de este mundo.

Ahora dudarás... ¿De verdad piensas ser apto para ella? No, claro que no lo eres. Pero siendo justos, diré que nadie lo es. Ella es única. No hay nadie más. Aunque ella no lo sabe. Ella nunca sabrá lo especial que es. Puedes llamarlo humildad, si quieres. Pero ella es una ignorante. Ella jamás va a pensar en esto. Ella ni siquiera sospecha que tú lo piensas. Porque seamos realistas. Eres un cobarde. Es normal. Ella intimida. Nadie está preparado para enfrentarse a ella. ¿Qué puedes hacer? Nada, la respuesta es nada.

No hay nada que puedas hacer para que ella entienda esto. Porque ella no lo va a entender. Ella no lo quiere entender. Ella te pone a prueba. No caigas en su trampa. Porque aunque su alma sea lo más puro que vas a sentir en tu vida, ella es una persona. Ella comete los mismos errores que tú, que yo. Ella es buena, es mala, es divertida, es aburrida, ríe, llora. Ella es especial sin serlo. No destaca en nada, aparentemente. Pero insisto, no caigas en su trampa. Ella es así. Tienes que estar siempre alerta. Ella es una bomba de relojería. Y no sabes cuanto tiempo falta para que detone. No bajes la guardia. No te confíes. Lucha, o huye. Pero hagas lo que hagas, estás marcado. Nunca podrás con ella.

Quierela. Deseala, Amala. Satisfacela. Odiala. ¿Qué más da lo que hagas? Estás jodido. ¿Qué vas a hacer?

Espero que no sigas pensando que esto iba de amor. Bueno, realmente me da igual lo que pienses. Pero hazte una pregunta: ¿Quién es ella?

sábado, 21 de enero de 2017

Injustamente correcto.

"Eramos jóvenes, eramos perfectos el uno para el otro, eramos las piezas perfectas de un precioso puzle... Pero no era correcto."


Cuando la vi no me pareció nada especial, era la novia de un amigo, la primera vez que la presentaba al grupo, una chica del montón.

Aún recuerdo aquél día, aquella reunión. Nunca me gustaron esas reuniones... Todos fuimos amigos en el pasado, todos tuvimos momentos memorables juntos, pero ya no eramos nada, para mi eran todos unos desconocidos con sus parejas, sus hijos, sus historias... Historias en las que yo no pintaba nada, ellos ya no eran parte de mi mundo.

Cada año viendo las mismas caras con las que antes reía y lloraba, y cada año sintiendo menos hacia esas personas.

Ella era, como ya he dicho, una chica del montón, la típica chica que pasa desapercibida en cualquier grupo medianamente abultado. 

Al presentarnos se me quedó mirando a los ojos. Me puso muy nervioso, no sabía que buscaba, pero entró muy adentro.

Su pelo era negro, ligeramente ondulado, sus ojos marrones, nariz respingona y labios un poco carnosos. Era voluptuosa, y bastante atractiva, pero sin sobresalir.

Tuvimos que charlar, ambos obligados por el grupo que nos rodeaba, y fue entonces cuando empecé a fijarme en ella. No tuvimos una conversación trascendental, ni memorable, realmente casi ni habíamos intercambiado palabras. Pero mi sutil comentario sobre el traje de uno de mis amigos la hizo sonreír fugazmente y mirarme con esa mirada, la mirada de alguien que conoce tu alma.

Volvió a ponerme nervioso.

En esas reuniones siempre bebía bastante. A penas hablaba con nadie, como he dicho, sus vidas ya no estaban vinculadas a la mía, y ya no tenía interés en ellos, iba por obligación social. Siempre es mejor tragar un poco que dar explicaciones.

Cuando fui a la barra a por otra cerveza la vi allí. De nuevo con esa mirada. Había descubierto recientemente que odiaba su mirada, me dejaba bastante indefenso. Estaba echada sobre la barra, parecía aburrida también de aquella tediosa reunión. Me volvió a sonreír de aquella manera. Me volvió a decir su nombre, presentándose de nuevo, esta vez más intima. Ana. Se llamaba Ana.

Contesté presentándome también. Al hacer eso ya no me sentía tan nervioso. 

Estuvimos charlando un buen rato, de nuevo nada trascendental, pero de forma muy fluida. Ambos odiábamos estar allí en ese momento. Ambos odiábamos el traje de aquel amigo mío. Y ambos nos buscábamos en los ojos del otro.

Por un momento recordé que era la novia de un amigo, algo prohibido por el código ético de todo buen amigo.

Pero ya he dicho antes que no los consideraba amigos. Ya no.

Me daba igual, en a penas unas horas descubrí que ella era más especial que cualquier persona allí reunida, mucho más que yo, y por eso quería que fuera mía. Ya no importaba nada, despertó algo en mi, algo que nunca había despertado nadie.

Le pregunté si podía besarla. Ella se acercó a decirme que se moría de ganas de hacer lo mismo, pero que no sería correcto hacerlo, que tenía novio, y que yo era uno de sus amigos.

A la mierda lo correcto, tenías que ser mía. Eso debí decirle, no lo dije. Simplemente acepté los hechos.

Volvió a sonreír de aquella forma. Pero esta vez no me hizo sentir mal. De hecho esa sonrisa es aún hoy, el recuerdo más bonito que tengo en mi cabeza.

No volví a asistir a ninguna de aquellas reuniones. Años después me enteré que ya no estaba con mi amigo, rompieron aquella noche. Según oí, ella terminó la relación porque decía no sentir por él lo que debería sentir.

También supe que se casó, tuvo dos hijos... Curiosamente el destino quiso que su hijo mayor, estuviera en el mismo instituto que mi hija. 

Un día la vi, seguía igual. Obviamente más vieja, a todos nos deteriora el paso del tiempo. Pero seguía siendo como la recordaba. Perfecta.

Me acerqué a hablarle y pude apreciar un bonito brillo en sus ojos. Después de un abrazo, y una típica charla insustancial sobre la vida familiar, me decidí a preguntarle aquello que llevaba años queriendo preguntarle. ¿Por qué no fue? Su respuesta, sin embargo, fue la misma: Era lo correcto. La rebatí diciendo que fue injusto... Me miró como hacía años que lo hizo y dijo: Fue lo injustamente correcto.